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Resumen
Al rock, en tanto práctica cultural, subyacen múltiples dimensiones que pueden ser concebidas como perspectivas analíticas para abordar rigurosamente el estudio de las dinámicas y procesos sociales que se tejen en torno suyo.
Esta música urbano-popular apareció para quedarse y masificarse, al ser capaz de dejar atrás todo tipo de fronteras –físicas, culturales o idiomáticas–, y constituirse en una de las vías emblemáticas de expresión y reconocimiento de las necesidades y deseos estéticos y discursivos de muchos de los individuos que integran las sociedades contemporáneas. Así, en y desde el rock se configuran subjetividades, alteridades y sus correspondientes prácticas colectivas, que los visibilizan como actores sociales que buscan reconocimiento y legitimidad. Es en este sentido que el rock, como fenómeno cultural transnacional, transclasista y transmediático (De Garay, 1993), se erige como uno de los espacios, no el único, desde donde se están construyendo identidades, formas de ser y de hacer en el mundo y, además, proyectos vitales enraizados en la idea, aparentemente ya no tan romántica, de vivir de y para la música. El rock es, sin lugar a dudas, un lugar para pensar que debe ser pensado.