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Resumen
El 2 y 6 de julio de 2005 no fueron dos fechas más de verano en el hemisferio norte. Fueron los días en que se realizó el Live 8, un evento que simultáneamente presentó varios conciertos multitudinarios en los países suscritos al g8 (el grupo de los ocho países que encabezan la economía mundial),1 cuyos líderes se reunían a esas horas en Escocia para tomar importantes decisiones en torno a las políticas económicas, humanitarias y sociales hacia África.
Mientras cerca de 2 millones de espectadores escuchaban en vivo la música y las palabras de artistas míticos (y millonarios) como Paul McCartney, u2, Pink Floyd o Sting, 182 cadenas de televisión y 2.000 emisoras de radio transmitían el espectáculo.
Y, paralelamente, diversas manifestaciones se llevaban a cabo en las calles a favor de condonar la deuda externa o redoblar las ayudas en los países del denominado tercer mundo, bajo el lema “Make poverty history”.
Algún espectador demasiado joven o demasiado despistado podría pensar que ésta era la primera vez que los artistas de rock más reconocidos intentaban movilizar social y políticamente a su público, en una mezcla de actitudes filantrópicas y contestatarias. La respuesta es no: aunque en la historia del rock a lo largo de medio siglo han predominado en sus letras y mensajes los temas cotidianos y ligeros –incluso los insulsos en el pop más radical–, y los intereses personales de sus artistas y sus casas disqueras, son muchos los ejemplos de cómo en este largo camino existe una cara del género que no ha temido involucrar su papel creativo dentro del mundo político.