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Resumen
Desde el origen mismo de las ciudades –aproximadamente desde el período Neolítico, entre los años 10.000 a.C. y 8.000 a.C.– se ha procurado que los emplazamientos donde éstas se ubican se encuentren cercanos a fuentes de agua abundantes y de calidad. Por lo general, los primeros asentamientos se localizaron a la orilla de algún río, cerca de determinado cuerpo de agua superficial –como un lago o un manantial– y, cuando no existía tal posibilidad, se buscaron fuentes subterráneas a través de la construcción de pozos.