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Resumen
“Mi cuerpo era el de un niño frágil, sensitivo, y (como el de Federico) temeroso del peligro. La educación que recibí y que escribió en mi piel sus dogmas y preceptos, tanto en la escuela como en el hogar paterno, lo hicieron aún más frágil e inseguro. Los deportes, el juego rudo y la violencia implícita en el entrenamiento que busca convertir al niño en hombre, siempre me atemorizaron. Sabía intuitivamente que existían otros caminos para esculpir el carácter: el cariño, la dulzura, el trato delicado y digno, la amistad, la camaradería, la autoridad conquistada a fuerza de respeto mutuo, la inteligencia, la sensatez. En mi cabeza encontré un refugio para sobrevivir y para evitar el sufrimiento: para sacarle el cuerpo al cuerpo. En ese entonces no sabía que la cabeza y sus regiones también eran el cuerpo”.