McGreevey, cuarenta años después

Salomón Kalmanovitz a

a Profesor emérito Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano. http://orcid.org/0000-0001-5682-4613. Correo electrónico: tiempoyeconomia@utadeo.edu.co

Sugerencia de citación: Kalmanovitz, S. (2015). McGreevey, cuarenta años después. tiempo&economía, 2(2), 111-113


A raíz del lanzamiento de la segunda edición del libro Historia económica de Colombia 1843-1930 estuve recuperando memorias grabadas en neuronas escondidas. Le preparamos a William Paul McGreevey una emboscada intelectual en un seminario que se le organizó en Bogotá en julio de 1975, que por fuera de la ira que nos despertaba revelaba que su libro nos había conmocionado profundamente. Varios éramos marxistas, otros eran seguidores radicales de la Escuela francesa de los Anales, y los había que hacían algo de historia económica sin apoyarse en modelos ni en la econometría. Estaban los historiadores norteamericanos Frank Safford y David Bushnell, que tocaban temas económicos sin ser economistas.

Héctor Melo había trabajado con NACLA en Nueva York, un tanque de pensamiento de izquierda dedicado a denunciar la expoliación de América Latina por el imperialismo norteamericano. Marco Palacios estaba apenas saliéndose de su militancia maoísta que lo había inducido a ser un estudioso de China. Yo era militante trotskista y seguía los lineamientos del marxismo anglosajón, en particular de la New Left Review. Malcolm Deas, tan conservador en esa época como ahora, aborrecía la historia cuantitativa –todavía lo hace–, y ahora rechaza el neoinstitucionalismo con igual pasión. Alberto Umaña venía de Oxford y había hecho una recopilación estadística sobre historia del comercio exterior colombiano, con la que desafió los datos de McGreevey.

Los orígenes de la historia económica en Colombia se dieron fuera de la academia, por lo menos en el caso de Luis Ospina Vásquez, quien escribe su Industria y protección en su casa, y en los de Mario Arrubla y Estanislao Zuleta, autodidactas enciclopédicos, quienes redescubren el texto de Ospina y lo popularizan. La academia estaba paralizada por el legado conservador de La Violencia y había muy poca producción intelectual en las universidades, algo que contrasta con la vitalidad de Arrubla y Zuleta, que introducen al país ideas censuradas como el marxismo occidental (distinto al del Partido Comunista), el existencialismo, Nietzsche, Hegel, el psicoanálisis y la gran literatura de Thomas Mann y Kafka, entre otros. García Márquez publica Cien años de soledad en 1967, que ejercerá una enorme influencia sobre las nuevas generaciones. Arrubla y Zuleta influyen sobre Álvaro Tirado, Jorge Orlando Melo y Germán Colmenares, pero es Jaime Jaramillo Uribe quien en la Universidad Nacional forma rigurosamente a una generación de historiadores profesionales como Melo, Margarita González, Hermes Tovar y Germán Colmenares, y todos hacen posgrados en el exterior. El grupo de Arrubla y Zuleta tiene una gran influencia en el movimiento estudiantil de 1970. Mi crítica al trabajo de Arrubla y a la teoría de la dependencia me da un primer reconocimiento. El quehacer histórico en esta fase está cruzado por la política, el rechazo al imperialismo norteamericano, el debate sobre el modo de producción en la Colonia y su influencia sobre el campo colombiano, lo que hoy llamaríamos la dependencia del pasado, que orienta las estrategias de los grupos comunistas (línea Moscú), de los maoístas y de los trotskistas.

En aquella encerrona, mi ponencia no cuestionó el recurso a la cliometría en el libro de Mc-Greevey, que me parecía intrigante y llena de promesas, sino la interpretación circular sobre el desarrollo antioqueño, como resultado de una voluntad colectiva –progresaron porque quisieron–, y no de razones materiales. Para mí, la previa acumulación de capital en la minería, la colonización relativamente democrática y su exitosa inserción en el mercado global del café daban lugar a una importante demanda efectiva por manufacturas, que junto a la expansión de los circuitos comerciales entre agricultura y minería se habían conjugado para que Antioquia liderara el desarrollo económico colombiano del siglo XX.

Me parece que no fue simplemente que McGreevey diera papaya, como lo describe Fergusson, sino superficialidad o naivete, en el sentido de la palabra inglesa, que el mismo autor aceptó cuando lo invitó un grupo de mis estudiantes de la Universidad Nacional en 2005. No se compara con el caso de James Robinson, quien sigue teniendo la razón, aunque no nos guste admitirlo, al resaltar que el Estado colombiano es intrínsecamente débil y no tiene acceso al excedente social por medio de la tributación. Es difícil que un Estado basado en el clientelismo, a veces en el crimen organizado, pueda garantizar las reformas democráticas y en el campo que se levantan desde la mesa de negociaciones de La Habana. Robinson nos dice que hay que resignarse a que el Estado haga lo poco que puede hacer, mal que bien, como expandir el sector educativo. Aun así, nos parece moralmente inadmisible que los campesinos no tengan acceso al escaso patrimonio del que fueron despojados, que las víctimas de los violentos no sean reparadas adecuadamente pues perdieron familiares o fueron agredidas con enorme saña, o que soñemos con una mayor democracia económica y política, que requerirán cambios en la naturaleza misma del régimen político para poder adelantarse.

En un balance sobre la historiografía que hizo Adolfo Meisel1 aducía que el debate contra McGreevey había retrasado la llegada de la historia cuantitativa al país, quizás porque la impresión que le dejó en sus años mozos fue la de que se trataba de una disciplina espuria y que no valía la pena embarcarse en ella. Sin embargo, lo cierto es que las condiciones para el surgimiento de una disciplina compleja como la cliometría, que exige una fuerte formación en teoría económica y en métodos estadísticos avanzados, no estaban dadas en ese entonces: eran contados los doctores en Economía que llegaban al país y se encontraban comprometidos en las tareas de planeación, en la hacienda pública y en las del manejo de las instituciones monetarias y regulatorias del país. Sólo cuando empezaron a llegar doctores que habían elaborado sus tesis en historia económica como José Antonio Ocampo, Fabio Sánchez, el propio Meisel y María Teresa Ramírez más adelante, y alcanzaron a sacarles tiempo a las ocupaciones más políticas o lucrativas, se conformó la masa crítica que ha dado lugar al florecimiento de la disciplina. Meisel pudo organizar un pequeño equipo en la sucursal del Banco de la República en Cartagena que tiene en su haber un impresionante catálogo de publicaciones sobre historia económica y economía regional, algo que no se ha podido replicar en otras regiones del país. Es así como el impulso que le dio el Banco de la República a la historia económica con Meisel desde 1993, y a partir de 1998, por el impulso prestado por Miguel Urrutia, hizo posible comprometer a un número mayor de doctores en Economía que pudieron dedicarle tiempo y esfuerzo a cubrir aspectos cruciales de la historia fiscal y monetaria, de la agricultura y del transporte, de la demografía, del comercio exterior y del crecimiento económico de largo plazo. El banco central también ha sido importante en el apoyo a la organización de la Asociación Colombiana de Historia Económica y Empresarial, que entre sus muchas actividades pudo hacer el IV Congreso de Historia Económica Latinoamericana en Bogotá en julio de 2014, con la presencia de historiadores de gran reconocimiento internacional. Al día de hoy, la historia económica y la historia empresarial son fuertes sólo en un par de universidades privadas y tienen poca presencia en las universidades públicas.

<´p>Volviendo a Robinson, es evidente que ha tenido una gran influencia y resonancia en la prensa, más aún en los medios académicos, en comparación con la que recibió McGreevey en su momento. Robinson resalta que el Estado colombiano es una estructura débil en lo político frente a los poderes regionales armados, aunque se podría agregar obviamente que es menos débil en lo militar. Él ha sido importante en cuestionar la noción del Estado colombiano como un Leviatán opresivo de enormes proporciones, tal como la dibuja la historiografía de izquierda en el país. Más aún, Robinson resalta que ningún Estado latinoamericano tiene una capacidad suficiente para lubricar el desarrollo económico de largo plazo, algo que se desprende férreamente del legado colonial.

Notas al pie

1 Adolfo Meisel, 2004, "Un balance de los estudios sobre historia económica de Colombia 1942-2005", en Miguel Urrutia y James Robinson (editores), Economía colombiana del siglo XX: un enfoque cuantitativo.