La política económica del fascismo italiano desde 1922 hasta 1943: breves consideraciones para su comprensión
The Economic Policies of Italian Fascism Between 1922 and 1943: Brief Considerations Towards its Understanding
Giusseppe De Corso a
a Director Doctorado en Modelado en Política y Gestión Pública, Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano http://orcid.org/0000-0002-4677-5130. Correo electrónico: giuseppeb.decorsos@utadeo.edu.co
Fecha de recepción: 10 de marzo de 2015
Fecha de aceptación: 16 de octubre de 2015
Resumen
El objeto del artículo es examinar algunos aspectos relevantes de las políticas económicas fascistas en Italia durante el periodo 1922-1943. Para tal propósito se analizan las medidas tomadas entre 1922 y 1928 que precedieron a la Gran Crisis del 29, que tuvieron una orientación liberal. A partir de 1929 se comienza a desplegar un conjunto de medidas cuya intención era fascistizar la economía italiana, profundizando la arquitectura institucional corporativista y un conjunto de nuevos entes del Estado orientados al establecimiento de una economía autárquica. Por otra parte, se efectúa un breve análisis de la economía de guerra enfatizando las razones por las cuales la movilización fue limitada.
Palabras clave: fascismo, autarquía I.R.I., Mussolini, guerra, imperio.
Códigos JEL: B29, N44
Abstract
The aim of this article is to examine some relevant aspects of the economic policies of Italian fascism from 1922 to 1943. For that purpose, we analyze the actions taken from 1922 to 1928, which is the period before the 29' s World crisis, which had a clear laissez faire direction. But from 1929 the regime began to introduce new policies with the goal of fascistizzare the economy, deepening the Corporatism institutional architecture and forming public companies to establish economic autarky. We also evaluate the war economy and its limits.
Key words: fascism, autarky, I.R.I., Mussolini, war, empire
Sugerencia de citación: De Corso, G. (2015). La política económica del fascismo Italiano desde 1922 hasta 1943: breves consideraciones para su comprensión. tiempo&economía, 2(2), 49-77
Introducción
El fascismo dominó el escenario político italiano durante casi cinco lustros y sucumbió en su forma histórica con la derrota militar y política en la Segunda Guerra Mundial. Benito Mussolini, il Duce, ejerció el cargo de primer ministro del Reino de Italia desde 1922 hasta septiembre de 1943, cuando se firmó el armisticio con la coalición aliada, formada por Reino Unido y Estados Unidos. En septiembre de 1943, il Duce, liberado por los paracaidistas alemanes de la prisión del Gran Sasso, en la región de los Abruzos, formó un nuevo gobierno en el norte de Italia bajo la tutela del aliado alemán, conocido en la historiografía italiana como la República Social Italiana, y cuya capital fue, de facto, la pequeña ciudad de Salo, en el norte de Italia. Este nuevo gobierno encarnó una ruptura radical con el pasado. La intención de este artículo es trazar, a grandes rasgos, la política económica del fascismo, delimitando el periodo desde el ascenso, en 1922, hasta su caída, en 1943.
Marco político-ideológico
Con la finalidad de comprender la política económica del fascismo se debe abordar el pensamiento que caracterizó dicho movimiento político, así sea de manera sucinta. El fascismo pretendió convertirse en una tercera vía, entre el comunismo soviético y el capitalismo liberal occidental, si bien hay que destacar que, para algunos autores, nunca desarrolló una teoría lo suficientemente codificada;1 más bien, lo interpretan como un modelo de acción política (Pinto, 1986). Sin embargo, para estudiosos como Gregor o Sternhell, el fascismo formuló un programa político coherente, si bien dúctil, con profunda raíces en diversas tradiciones político-culturales europeas, siendo, en el caso italiano, el nacional-sindicalismo la más prominente.
Lo cierto es que, más allá del debate sobre el argumento, en este trabajo se acoge como válida la noción de que el fascismo italiano tiene un doctrina y va a exhibir líneas de proceder coherentes que rotulan y acompañan su trayectoria política e histórica; las mismas se pueden condensar en un conjunto de creencias que perseverantemente va a tratar de implantar en el cuerpo de la sociedad. En primer lugar, estimula una forma extrema de nacionalismo vinculado a la idea de que los italianos eran un pueblo predestinado a la grandeza, por vía de su glorioso pasado, que incluía en su haber la edificación del Imperio romano, las Repúblicas marítimas (Venecia y Génova, entre otras) y el Renacimiento. Igualmente, se proyectan unas coordinadas geopolíticas, cuyo principal objetivo era articular un espacio vital alrededor del mar Mediterráneo, un nuevo Mare Nostrum, tal como había sido durante el Imperio romano; en este sentido, se impulsa el culto al antiguo Imperio romano, transformándolo en un ritual civil. Incluso, la milicia fascista se organiza siguiendo el modelo de las legiones romanas. El fascismo va a rechazar vehementemente la lucha de clases que debilita la nación y la sustituye por el concepto colaboración de las clases sociales, que se erige sobre la unidad racial y cultural del pueblo. El desarrollismo económico y la organización corporativa2 de la sociedad van a constituir elementos esenciales para hacer de Italia una potencia global, así que el fascismo procura la homogeneidad en el campo sociopolítico, rechazando el parlamentarismo y la idea de democracia occidental, y promueve la intervención del Estado en la economía para mejorar el nivel de desarrollo. Por último, a través de la continua movilización y politización de la población, procura nacionalizar las masas.3 Todos estos principios son animados por un manifiesto estatismo, que Mussolini sintetizó en la frase "La nostra formula è questa: tutto nello Stato, niente al di fuori dello Stato, nulla contro lo Stato" (Nuestra fórmula es esta: todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado). Sin duda alguna, la ética y la estética políticas fascistas conducían, sin ambages, a un gobierno centralizado y autoritario, capitaneado por un líder carismático y populista en el que tanto los derechos civiles como pol íticos quedaban subsumidos a la voluntad del Jefe y del Estado.
Admitiendo que los fascistas proponían un proyecto alternativo al liberalismo-burgués y el comunismo bolchevique, resta dilucidar hacia dónde se inclinaba su sensibilidad en la balanza política.4 Aquí, el enfoque más atinado es el que considera que el fascismo italiano no era de izquierda ni de derecha. De hecho, en el movimiento fascista italiano convivían diferentes almas: nacionalistas, monárquicos, izquierdistas, populistas y católicos. En él confluiría un conjunto de narrativas y proyectos provenientes de distintas perspectivas político-sociales, como los escritos de George Sorel, el futurismo de Marinetti, el marxismo, el social-darwinismo y las teorías de los sindicalistas revolucionarios y nacionalistas como Enrico Corradini y el ítalo-alemán Roberto Michels.5 Corradini6 impugnaba la democracia occidental liberal como una farsa al servicio de las oligarquías europeas y abogaba por un régimen popular sostenido en una jerarquía social conformada por productores, en donde existiera la más amplia colaboración entre clases sociales y se antepusiera el bienestar colectivo al interés individual. Así mismo, el fascismo ha sido descrito como una dictadura desarrollista de izquierda,7 una variedad herética del marxismo que rechaza el determinismo económico, la lucha de clases y el internacionalismo marxista, absorbiendo de este último únicamente la animadversión por la burguesía, la plutocracia o el supercapitalismo, como le gustaba a Mussolini definir las democracias occidentales y sus élites dirigentes. No en balde, el fascismo teutón se autodenominó Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, y el propio Mussolini y muchos de sus compañeros de viaje se formaron políticamente en el socialismo maximalista europeo de finales del siglo XIX, rompiendo con el marxismo ortodoxo, el cual calificaban como un proyecto iluso para una sociedad política y económicamente atrasada.
La doctrina fascista, además de las interpretaciones sugeridas, plantea una filosofía de vida que antepone la primacía de lo político sobre la economía, el espíritu sobre el materialismo, lo común ante lo individual, expresando un hondo desdén por el Homo oeconomicus y la vida urbana, por su flacidez moral, y una entusiasta mistificación de la vida rural, con sus rutinas simples y familias numerosas. La revolución, como consumación de un nuevo orden social, deja de ser el objeto-sujeto del proletariado o la burguesía para convertirse en el proyecto del movimiento nacionalista, que debe integrar a las masas obreras de las fábricas a la comunidad nacional bajo condiciones decorosas y, al mismo tiempo, subyugar el espíritu pávido, individualista y acomodaticio del burgués a los ideales superiores del interés nacional. Cualquier análisis de los programas económicos de los fascismos europeos tiene que necesariamente explicarse a contraluz de esta particular y heterogénea visión de mundo, cuya naturaleza fue agudamente contradictoria, siendo moderna y antimoderna, revolucionaria y reaccionaria.8 Si bien la naturaleza del fascismo es un tema reiterado del debate en las ciencias sociales, es indudable que el mismo fue una receta de ingeniería social, una dictadura moderna9 dispuesta a forjar un nuevo hombre y fundar un nuevo pacto social.
En el plano económico, y confinando el análisis al fascismo italiano, pueden identificarse por lo menos dos fuentes de inspiración para entender su programa económico, desarrollado a partir de los años treinta. La primera es el pensamiento del economista y político Francesco Saverio Nitti,10 cuya actuación sobresale durante la era giolittiana.11 Nitti ubicó en el centro del debate económico la conexión entre el papel del Estado, la modernización y la industrialización. Su escuela se alimentó de las tesis del economista alemán Georg Friedrich List12, predecesor de la Escuela Histórica Alemana. Nitti consideraba que el Estado tenía una tarea medular en el crecimiento y desarrollo económicos, organizando y movilizando el potencial nacional humano y técnico de la Nación (educación, obras públicas, electrificación etcétera). Para Nitti, la intervención del Estado era un factor de progreso social y económico. Bajo la influencia de la obra intelectual y administrativa del político y economista meridional se cultivará gran parte de la clase dirigente fascista, que posteriormente administrará la economía. El segundo ingrediente fue la experiencia de la Primera Guerra Mundial.13 La imperiosa necesidad de producir bienes requeridos para combatir una guerra industrial condujo a la intervención planificada del Estado en cada faceta de la vida económica de Italia, que reguló desde los precios hasta la asignación de recursos. De la experiencia bélica surgieron una práctica que se puede adjetivar de capitalismo organizado o burocratizado y un numeroso cuerpo de tecnócratas, académicos y políticos que favorecían el desarrollo ordenado y coordinado de las fuerzas productivas nacionales, disminuyendo, hasta donde fuera razonable y viable, la dependencia del exterior.14 De hecho, el liberalismo económico decimonónico europeo salió agonizante como fuerza política de las trincheras de la Primera Guerra Mundial.
Las políticas económicas del fascismo italiano pueden segmentarse en tres tiempos o etapas, esquematizadas así: 1) la fase liberal, que se asocia con la consolidación del régimen desde 1922 hasta 1929; 2) la respuesta a la Gran Depresión y la introducción de la autarquía asociada a la expansión imperial entre 1929 y 1940; 3) el colapso económico durante la Segunda Guerra Mundial.
El periodo liberal: 1922 hasta 1929
La toma del poder por parte del fascismo no produjo mudanzas radicales en el plano económico; el afianzamiento del poder político conducía inevitablemente a una gestión económica transitoriamente prudente que robusteciera el consenso político del gran capital y la pequeña y mediana burguesías. La política apuntaba a sanear las finanzas públicas y frenar los brotes inflacionarios. Es oportuno tener presente que la economía italiana había sido gravemente perturbada por el esfuerzo bélico desatado entre 1914 y 1918. La política económica fascista, en consecuencia, planteaba la reconversión del aparato industrial de la producción militar a bienes de consumo para el sector civil, minimizando los costos del eventual desempleo; proponía el incremento de la productividad, que pasaba en primer plano por una disminución de la conflictividad entre obreros y patrones; por último, contemplaba la reducción del déficit fiscal y el fomento de las exportaciones. Es decir, el centro de gravedad de la acción del gobierno se enfilaba a restablecer el equilibrio macroeconómico y la concordia nacional, ambos alterados por los profundos cambios sociales, económicos y políticos generados por la guerra.
Mussolini nombró como ministro de Finanzas a Alberto de Stefani (1922-1925), quien tenía una formación y reputación de economista ortodoxo. El Ministro gozó del apoyo del Mussolini para implementar una política de laissez-faire. Se tomaron medidas como la reducción de los impuestos, incluidos los que recaían sobre las herencias, además de recortar el gasto fiscal, y se hace una apertura del comercio exterior, reduciendo los aranceles. Se llegó incluso a incinerar 320 millones de liras en el Ministerio de Finanzas, un gesto simbólico con la finalidad de demostrar la inquebrantable resolución del régimen de controlar la inflación, y se efectuaron algunas privatizaciones, por ejemplo, en los servicios telefónicos, empresas aseguradoras y la imprenta del Estado.
Empero, las políticas de Alberto de Stefani no fueron bienvenidas en todos los sectores económicos: tanto la industria pesada como los influyentes latifundistas avistaban con recelo la reducción de la protección a la agricultura y la industria sidero-metalúrgica. Tampoco había un consenso general, por parte de los agentes económicos, con la política excesivamente deflacionaria, que afectaba los valores en la bolsa. A esto se sumó la poca disposición del Ministro de continuar prolongando las ayudas financieras y subsidios públicos a la banca privada e industria pesada, implicadas en enormes deudas contraídas durante la Primera Guerra Mundial. Igualmente, Confindustria15 se opuso férreamente al intento de desregular oligopolios y monopolios privados. El malestar del mundo empresarial estimuló la pérdida del favor de Mussolini por las políticas liberales implementadas desde el Ministerio de Finanzas, y Alberto de Stefani fue reemplazado por Giuseppe Volpi, un hombre vinculado a la industria eléctrica y que gozaba de la simpatía del mundo de la industria pesada. Hay que añadir que el régimen fascista ya se sentía lo suficientemente seguro para deslindarse de las políticas liberales e iniciar su camino hacia una mayor intervención del Estado.
El nuevo ministro, Volpi, continuó con la política de corrección de las finanzas públicas y dinamizó el proceso de negociación de la deuda contraída con Estados Unidos, Inglaterra y Francia durante la Primera Guerra Mundial. Si bien el problema principal –que turbaba la estabilidad del régimen y podía erosionar su popularidad y el consenso en los sectores medios de la sociedad– era la aceleración de la inflación.
Tres van a ser los objetivos cardinales, en esos años, de la política económica fascista: el primero, la estabilización monetaria y el reingreso de la lira al patrón oro, que, como secuela colateral, restituiría el poder de compra y ahorro de los estratos medios; el segundo objetivo –de mediano y largo plazos– fue el incremento de la producción de cereales (trigo), pues las importaciones agrícolas representaban aproximadamente 15% del total de las compras externas, y la balanza de pagos venía presentando un déficit crónico, fruto en gran parte del fuerte descenso en las remesas de los italianos residenciados en el exterior; por último, se comenzó a estimular, por diversas vías, el crecimiento demográfico.
La decisión de revaluar la lira, medida dirigida a domar la inflación, fue tomada exclusivamente por Mussolini, quien estableció el nuevo cambio a 90 liras por libra esterlina: quota novanta o la batalla por la lira, como se conoció en la época esta decisión. La medida tuvo un carácter ampliamente político, además de técnico-económico, enfocada a elevar el prestigio interno y externo de la política italiana y del propio Mussolini. Hay que resaltar que Mussolini no diferenciaba entre la política interna y externa cuando se trataba del prestigio del régimen fascista. En el discurso de Pesaro del 18 de agosto de 1926, Mussolini expresa claramente su pensamiento sobre el tema:
La nostra lira, che rappresenta il simbolo della Nazione, il segno della nostra ricchezza, il frutto delle nostre fatiche, dei nostri sforzi, dei nostri sacrifici, delle nostre lacrime, del nostro sangue, va difesa e sarà difesa. (Nuestra lira, que representa el símbolo de la Nación, el signo de nuestra riqueza, el fruto de nuestro trabajo, de nuestro esfuerzo, de nuestros sacrificios, de nuestras lágrimas, de nuestra sangre, tiene que defenderse y será defendida. Traducción del autor).
Tanto el ministro Volpi como Cofindustria proponían un tipo de cambio de 120-125 liras por libra esterlina para mantener la competitividad de las exportaciones. Pero para Mussolini, la moneda era el símbolo por excelencia de la fortaleza de la Nación, y no cedió ni un milímetro ante las diversas presiones y opiniones técnicas; por el contrario, amenazó a sus más cercanos colaboradores con llevar el tipo de cambio a 50 liras por libra esterlina. Con el apoyo del capital financiero internacional, Estados Unidos otorgó un préstamo de 50 millones de dólares, y se llevaron a cabo otras políticas, como la modificación de la emisión de moneda –que pasó a ser monopolio del Banco Central de Italia–, y la consolidación de la deuda a corto plazo se cambió por un perfil de mediano y largo plazos. La operación de la revaluación del tipo de cambio concluyó con éxito. Los efectos macroeconómicos se sintieron pronto, con un ligero incremento del desempleo, una leve contracción de la demanda interna, en particular el consumo privado, y la disminución de las exportaciones. El gobierno resolvió incrementar el gasto en obras públicas, especialmente en la red de ferrocarriles, y disminuir los precios de algunos servicios públicos como tarifas de trenes y telégrafos, para atenuar los efectos negativos. Para finales de 1927 se resuelve reducir los salarios nominales, entre el 10% y el 20%, política que acompaña la revaluación del tipo de cambio con un cierto retardo. Esta medida fue particularmente provechosa para la industria pesada, pues la disminución de los salarios reales y la reducción en liras del precio de los bienes importados le permitieron mejorar sus márgenes de ganancia y retomar las inversiones en maquinarias e inventarios de materias primas y semielaborados. La intención del gobierno era controlar el aumento generalizado de precios con una política deflacionista e instaurar un mecanismo de regulación de los salarios desde el vértice del régimen, evitando las negociaciones y los conflictos sindicales, lo cual se logra sin mayores traumas sociales, y no podía ser de otra manera porque las huelgas, sencillamente, habían sido prohibidas.16
Concomitante con la revaluación de la lira se inició la batalla del grano, cuya intención era reducir las importaciones de trigo, unos 25 millones de quintales, siendo el consumo nacional alrededor de 75 millones de quintales. El objetivo del régimen era hacer al país autosuficiente en la producción de un alimento esencial para la dieta del pueblo italiano y, en segundo término, reducir el déficit de la balanza comercial. Por último, y no menos importante, se iniciaba uno de los proyectos políticos más valorados por el régimen: la "ruralización" del país. Ahora bien, la "ruralización" no acarreaba, como pudiera especularse, una vuelta al mundo premoderno, con una agricultura atrasada y la población dispersa; se trataba más bien de desahogar las grandes urbes, desconcentrando la población y las industrias en ciudades satélites. Las ciudades creadas en los pantanos de Pontina (Lagunas Pontinas) representan el arquetipo de la política urbana fascista, mediante centros planificados de tres mil a 20 mil habitantes, con economías encadenadas a la producción agrícola y agroindustrial y a las industrias ligeras.
Habría que agregar a este modelo de desarrollo agrícola una política demográfica pronatalista. 17 La potencia de una nación, según la doctrina fascista, se calibraba por el número de habitantes. La política demográfica fue inspirada en diversos trabajos de Corrado Gini, pero vale la pena citar por extenso el criterio del estadístico asumido como propio por el régimen:
Gini argued that the history of civilized nations is characterized by cyclical phenomena, one of the most important of which is that exemplified by reproductive rates. He spoke of a parabola of population growth, commencing with surprisingly low rates of reproduction, a subsequent "J curve" of increment which ultimately peaked, to be followed by a descending phase almost as sharp as the antecedent ascending phase, to close with an all literal biological extinction of a people. Each phase was accompanied by political phenomena. The period of low reproduction was characterized by static political forms and stable cultural expression. The period of exuberant reproduction was accompanied by colonial expansion and territorial conquest, political change, and rapid cultural development. The period of declining reproduction was one of increasing egotism and individualism, a preoccupation with material and consumer comfort, an indisposition to face challenge and a general decay on institutions. The final period was one of decadence and decline when the dying civilization was more frequently that not submerged under the weight of young populations [...]18
Para hacerle un seguimiento cuantitativo a la política demográfica se creó el Istat (Istituto Nazionale di Statistica) en 1926, cuya función era recoger de forma ordenada y organizada los datos económicos y demográficos de la nación, y su primer presidente fue precisamente el eminente estadístico Gini. Cabe destacar que bajo la conducción de Gini, el Instituto no se limitó a recolectar y ordenar datos, sino que también desarrolló un conjunto de técnicas estadísticas, muy sofisticadas para la época, de modelos de proyección del crecimiento demográfico a muy largo plazo, valiosos para la ejecución de las políticas sociales del régimen. La tentativa de espolear el incremento de la tasa de crecimiento demográfico no tuvo los resultados esperados: la tasa de fertilidad continuó descendiendo tanto en el campo como en las ciudades, a pesar de todas las ayudas económicas ofrecidas a las familias numerosas y a la insistente propaganda.
La política agraria se canalizó hacia el incremento del área cultivada, especialmente cereales, la mecanización y el mejoramiento de la productividad por hectárea. Con el fin de incrementar las hectáreas cultivadas se inició el programa denominado bonifica integrale (ley "Mussolini" de 1928), cuyo objetivo era incorporar a la producción extensas áreas agrícolas marginales del país. Muchas de las tierras intervenidas eran pantanos donde la malaria hacía estragos desde siglos atrás, o grandes latifundios improductivos, que fueron expropiados en el centro y sur de Italia. Por lo tanto, la batalla por el grano y la recuperación de tierras para la producción conforman una sola política de mediano y largo plazos.
En términos agroecológicos, suponía la mejora del suelo, la construcción de vías de comunicación, canales, drenajes, y una red de ciudades y la colonización por parte de campesinos y jornaleros sin tierra. La política agrícola abrigaba varios propósitos, no solamente limitados a la esfera agroeconómica, sino también sociales y de reapropiación de la geografía nacional, creando las condiciones para que decenas de miles de familias italianas, muchas de ellas encabezadas por excombatientes de la Primera Guerra Mundial, se transformaran en pequeños propietarios del campo, mejorando así la cohesión y el estándar de vida del mundo rural. Para 1933 se habían recuperado 4.733.982 hectáreas, y alcanzaron más de 6 millones en 1942, de las 31 millones hectáreas que conformaban la superficie del Reino de Italia.19 El programa fue una importante fuente de empleos, que absorbió 500.000 trabajadores (1928-38) y significó la construcción de 32.400 km de carreteras, 5.400 km de acueductos y quince ciudades. El número de jornaleros sin tierra se redujo de más de dos millones en 1922 a unos 700.000 en 1940. Se fundaron además decenas de borghi rurali (villas) que servían de residencia a los colonos, centros de acopio y/o agroindustriales, tanto en Italia como en las colonias de Libia, Eritrea y Etiopía, estas dos últimas ubicadas en África Oriental. A manera de ejemplo, sólo en el Agro Pontino se recuperaron 70 mil hectáreas, se construyeron 943 km de vías principales de comunicación y 500 km de recolectores de agua, se edificaron cinco centros urbanos (Littoria, Sabaudia, Pontinia, Aprilia, Pomezia), 17 aldeas y 3.147 viviendas-fincas. La bonifica integrale puede compararse, por sus dimensiones económico-financieras, con el Tennessee Valley Authority, proyecto emblemático del Nuevo Trato de Roosevelt que vislumbraba el desarrollo integral del valle de Tennessee con la edificación de presas hidroeléctricas, o la construcción de las autobahns (autopistas) por parte del régimen nazi, que alcanzaron la cifra de 3.736 km para 1940 y que tenían como uso secundario servir como pistas de aterrizaje para la Luftwaffe, la fuerza aérea alemana.20 Estas políticas (agraria y demográfica), iniciadas en los años veinte, si se quiere, fueron los primeros pasos hacia una política autárquica y de potencia, que se impondría sin cortapisas a partir de la conquista de Etiopía en 1936.
Para concluir este apartado se muestra el comportamiento de las principales variables macroeconómicas (ver el cuadro 1) de la economía en el periodo 1922-1929, incluye la FBKF (Formacion Bruta de Capital Fijo).
Como puede observarse, el comportamiento de la economía fue animado, con un crecimiento promedio del PIB de 4,17%; el consumo público se contrajo, en línea con la política de adelgazar el papel del Estado, pero también como efecto de la reducción de los gastos militares y la culminación de la desmovilización de 5.000.000 de tropas y cuadros que habían participado en la Primera Guerra Mundial. La FBKF creció rápidamente, y los precios, si bien se aceleraron en 1925 y 1926, disminuyeron en los años siguientes con la revaluación de la lira (deflación). Este desempeño positivo no puede atribuirse sólo al programa económico fascista, sino que fue igualmente corolario del crecimiento económico mundial.
La Gran Depresión, la nueva dirección económica, autarquía y expansión imperial: 1929-1940
La caída de Wall Street en 1929 produjo consecuencias mortíferas para el ordenamiento económico mundial. La crisis también condujo a una revisión de la teoría y la gerencia macroeconómicas, con el afianzamiento y/o la emergencia de alternativas ante el capitalismo liberal: las economías de comando central en la Unión Soviética, Alemania, o el Nuevo Trato de Roosevelt. 21 En el caso italiano, los efectos de la crisis fueron relativamente menores,22 por algunas razones, entre ellas: la economía italiana dependía fundamentalmente del sector primario, volcado principalmente a satisfacer la demanda interna; y la baja participación del comercio internacional en el producto interno bruto. Al respecto, se pueden citar algunas consideraciones realizadas por Perri y Quadrini:
One reason why in Italy the drop in GDP during the depression has been smaller than in other countries is the presence of a large and traditional agricultural sector that was not much affected by business cycles. (Perri y Quadrini, 2000, p. 6)
El cuadro 2 permite observar cómo existe cierta asociación entre el grado de desarrollo e industrialización y las consecuencias de las crisis del 29. Reino Unido sobresale como una caso excepcional, pues a pesar de su alto nivel de desarrollo, la caída del PIB no fue tan intensa, pero es pertinente recordar que Reino Unido dominaba un enorme imperio, bien organizado comercialmente, con una extensión de 33 millones de km2, 22% de la masa terrestre y 428 millones de habitantes –20% de la población mundial de 1938–, lo que suponía un malla económica formidable para las Islas Británicas. Por otra parte, la política económica nazi impulsó a partir de 1933 una rápida recuperación de Alemania.
El cuadro 3, en cambio, permite vislumbrar la profundidad de la caída de dos variables: el producto y la producción industrial, y la persistencia de la caída de las mismas, con base en la capacidad de recuperación al nivel existente en 1929.
No obstante, las secuelas de la crisis fueran algo menores en Italia que en las naciones con mayor desarrollo como Estados Unidos o Francia; el fascismo respondió prontamente a la crisis y el aumento del desempleo con un extenso plan de obras23 públicas entre 1930-34 (ver el gráfico 1) y de gasto militar (ver el cuadro 4), adoptando de modo empírico una política económica de regulación de la demanda. El gasto militar fue destinado a las guerras combatidas entre 1935 y 1939 en Etiopía y España, modulando esas intervenciones bélicas a los designios geopolíticos24 de fundar un nuevo "Imperio romano" con epicentro en el mar Mediterráneo.
La Gran Depresión abrió una ventana de oportunidades para reorganizar aceleradamente la estructura de la economía italiana, de acuerdo con el pensamiento económico fascista primigenio (cf. Celli, 2013), desarrollando el sector público y estableciendo amplios controles y regulaciones. La Gran Depresión fue el prefacio de la autarquía y el dirigismo económico.
La crisis golpeó duramente el balance económico de los tres mayores bancos italianos, altamente expuestos con la industria desde la Primera Guerra Mundial: Banca Commerciale, Banca di Roma y Credito Italiano. Estos bancos, por vía de la participación accionaria mayoritaria o minoritaria, guardaban en sus bóvedas acciones y obligaciones de centenares de empresas de servicios, industriales y agrícolas, ahora en dificultades para honrar sus deudas. En un primer momento, la intervención para rescatarlos quedó en manos del Banco Central de Italia, pero dicho respaldo financiero creó graves problemas en el balance financiero del Banco y un incremento excesivo de la circulación monetaria. Después de varias y complejas operaciones financieras, todas infructuosas, se resolvió crear el Instituto para la Reconstrucción Industrial (IRI), que nació como un ente transitorio con el fin de salvar tanto los bancos como el aparato industrial vinculado a los mismos. Las acciones de los tres bancos pasaron a manos del IRI, que los declaró bancos de interés nacional y los privó de la potestad de realizar préstamos a mediano y largo plazos al sector industrial; para tal propósito se creó un ente especial del Estado, el Istituto Mobiliare Italiano (IMI), que a través de la emisión de obligaciones se encargaría de los préstamos a largo plazo destinados al sector industrial. Las circunstancias paulatinamente llevaron al IRI a transformarse en el cigüeñal del proceso de saneamiento tanto del sistema financiero como del industrial, sustituyendo al Banco Central. Su función principal era captar ahorro nacional y suministrar créditos bajo estricta supervisión técnica a las empresas que podían reflotar, y colocarlas de nuevo en manos privadas. Pero en la medida que sus funciones se extendían en el sistema económico, ascendían las posibilidades de evolucionar hacia un instrumento de control estatal sobre la economía. Para 1934, el IRI controlaba el 21% de todo el capital de las sociedades por acciones (SPA) del país, sumando alrededor de 10 billones de liras corrientes de la época. Mussolini, aconsejado por Alberto Beneduce, uno de los técnicos más importantes del régimen y presidente del IRI, advirtió la oportunidad de asumir el control de los sectores estratégico de la economía italiana, fundamentalmente la industria pesada y de producción bélica, pues ya en el horizonte se perfilaban la guerra de expansión imperial en el cuerno de África y el choque con Inglaterra y Francia. Por otra parte, el capitalismo italiano –según Mussolini y muchos técnicos del gobierno fascista, con contadas excepciones– había demostrado su incapacidad para superar la crisis del 29 sin el decidido apoyo del Estado y no poseía una cultura económica capaz de abordar las grandes inversiones necesarias para desarrollar las potencialidades de la nación.25 Fue una crítica constante en sectores ligados al fascismo que el capitalismo italiano se distinguía por medrar a la sombra del Estado y que su estructura y escala familiar eran un impedimento para el progreso del país.
En efecto, en el pensamiento íntimo de Mussolini, el IRI era un mecanismo idóneo para fortalecer la defensa nacional, valorizar las colonias, implementar la política autárquica, y, por último, un dispositivo ideal para concretar il Piano Regolatore (Plan Regulador) de la economía italiana. 26 El Plan Regulador no debe confundirse con la planificación de las economías de comando central, como en el caso de la Unión Soviética o Alemania Oriental; más bien tiene puntos de coincidencia con la planificación indicativa, implementada en Francia e Inglaterra en la segunda posguerra, si bien hay un mayor grado de coerción en el cumplimiento de las metas. El Plan Regulador se descomponía en planes sectoriales con asignación de recursos y metas; en él participaban los organismos técnicos de las corporaciones, veintidós en total, en que se dividían los tres sectores (primario, secundario y terciario) de la economía italiana, así como los sindicatos de trabajadores, empresas privadas y entes económicos paraestatales. La dirección estratégica-operativa del plan, su aprobación, era potestad del Consejo Nacional de Corporaciones y el Comité Central Corporativo. Pero es bueno destacar que no existía un órgano central que recopilara, computara y controlara los flujos intersectoriales de insumos para incrementar la producción y los medios financieros necesarios. La característica esencial del Plan Regulador eran el alto grado de descentralización y la considerable participación en su elaboración de las empresas públicas o privadas de las diversas ramas de producción. El primer Plan se elaboró en 1936, para ser implementado entre 1937 y 1941.27
En junio de 1937, el IRI se convirtió en un ente permanente del Estado, un enorme conglomerado público, que prosiguió recuperando empresas de carácter no estratégico para el desarrollo nacional, y desprendiéndose de ellas, actividad ya intrínseca de su armazón jurídico-legal, si bien establecía paralelamente diversas sociedades financieras "caposettore" (Finsider, Stet, Finmare, etcétera) que ejercerían el mando y la dirección fundamental de franjas neurálgicas de la economía italiana, que se prolongó prácticamente hasta finales de los años ochenta del siglo XX. En 1938-39, la nómina del IRI llegó a 201.577 obreros y empleados, y controlaba la producción del 77% de hierro fundido, 45% del acero, 67% del mineral de hierro, 80% de la industria naval, 22% de la producción aeronáutica, 90% de la flota mercante, la mitad de la producción de armas y municiones, 8% de la generación eléctrica y 56% de las comunicaciones (telefonía fija). El total de empresas controladas sumaba 112, y otras tantas donde su actuación se entrecruzaba con capital privado.28 Si se suman al IRI los ferrocarriles, la petrolera Azienda Generale Italiana Petroli (AGIP) y otras sociedades del Estado que actuaban en el sector de la explotación minera y desarrollo de las colonias, Italia era, después de la Unión Soviética, el país con el mayor sector público en el mundo. El Estado italiano acumulaba así un inmenso poder institucional con el cual administrar y tutelar la economía.
En octubre de 1935, Italia emprendió la invasión de Etiopía, en el cuerno de África, iniciando un nuevo ciclo de expansión imperial, que era una de las bases programáticas esenciales de la teoría geopolítica fascista. La guerra comportó un alivio para la economía italiana, implicando la movilización de 1.200.000 soldados, paliando así el desempleo, de los cuales 500 mil fueron enviados a África, 400 mil al frente de guerra en Etiopía y 100 mil a Libia, para proteger dicha colonia de un posible ataque del Imperio británico. Por otra parte, la necesidad de vituallas, armas y municiones para las numerosas unidades militares movilizadas vigorizó la industria italiana.
El Imperialismo italiano,29 a diferencia del anglosajón, no tenía como único móvil conquistar mercados para colocar excedentes de productos terminados y obtener materias primas, diferenciándose más bien por su énfasis en la colonización demográfica. Es decir, la conquista de tierras más allá de las fronteras de Italia era para colocar los excedentes de población. Desde la unificación de la península en 1861, Italia se había convertido en un exportador neto de población, y esta realidad para una nación como Italia –con un pasado glorioso, que aspiraba revivir el Imperio romano en el mar Mediterráneo y ser una potencia mundial– suscitaba una profunda humillación en la clase dirigente y los intelectuales. Cada aventura colonial iba precedida de una amplia divulgación propagandística que procuraba ilustrar a la población, particularmente a los sectores populares, los beneficios de apoderarse de comarcas extranjeras, donde las familia pobres, campesinos sin tierras y proletarios podían implantarse y conseguir medios de vida dignos, en el marco del propio gobierno nacional. Se trataba de un anhelo que era quimérico en el suelo natal para la masa de la población, pues era un país pequeño, geográficamente montañoso, con pocas tierras fértiles y pobre en materias primas, y también sobrepoblado. Esto hizo de la campaña militar en Etiopía una empresa popular en el imaginario de las clases sociales menos favorecidas.
La autarquía y la expansión imperial deben interpretarse como parte de una misma ecuación, en la que las colonias servirían para absorber el trabajo italiano excedentario, y la valorización o el desarrollo de las mismas sería útil para proveer de materias primas y bienes semielaborados a la economía metropolitana. De hecho, para 1939 residían cerca de 350 mil civiles italianos en Libia y África Oriental (ver el mapa 1), esta última conformada por las actuales naciones de Etiopía, Eritrea y Somalia.
La política económica, en este contexto, tenía diversos objetivos convergentes. El primero, valorizar las colonias integrándolas a la metrópoli, no sólo económicamente sino como una extensión demográfico-cultural de la península. Por otra parte, intentar, simultáneamente, alcanzar la autosuficiencia en áreas estratégicas, sin por ello incurrir en el aislamiento, aminorando la dependencia del comercio y el mercado de capitales externos. Es decir, el eje central del programa era el desarrollo de las fuerzas productivas del país, aprovechando los pocos recursos naturales y la mano de obra nacional lo más eficientemente posible e incluyendo aspectos muy contemporáneos como el reciclaje de materiales. Por último, preparar militarmente la nación para una conflagración mundial que venía delineándose en el horizonte desde el ascenso del nazismo en Alemania. La política económica favorecía así un esquema de sustitución de importaciones.
A los factores anteriores habría que agregar las consecuencias de la Gran Depresión en el ordenamiento económico mundial, con un retorno al mercantilismo, caracterizado por altas barreras proteccionistas, el abandono del patrón oro y una intensa guerra de divisas, a través de devaluaciones competitivas y la posterior formación de circuitos cerrados de intercambio comercial, desde donde se extraían materias primas y se colocaban bienes terminados, como en los casos específicos de los imperios inglés y francés. En este escenario, los países sin materias primas, sin suficientes medios de pago internacionales, sin amplios mercados coloniales y afligidos por una sobrepoblación con respecto a sus capacidades de carga (producción manufacturera y agrícola), salían fuertemente penalizados. Italia, pertenecía a este grupo de países de proletarios.30
Las políticas autárquicas han sido presentadas en gran parte de la literatura sobre el tema como un fracaso, pero en realidad, un examen más atento de las estadísticas y su formulación apunta a un cuadro más complejo, sorprendentemente rico y moderno, de las propuestas utilizadas. La mayor debilidad de la economía italiana era la penuria de fuentes energéticas, cuyo consumo se elevó rápidamente con la industrialización, y además era el mayor componente de importación de la balanza comercial. Mussolini identificó cuatro áreas estratégicas (dos estaban relacionadas con la energía) en donde el país debía alcanzar el máximo de autosuficiencia: celulosa (biopolímero), combustibles nacionales (alcohol-etanol, gasógeno, esquistos...), tejidos y fibras sintéticas, y combustibles sólidos (carbón y lignito). Para alcanzar las metas planeadas se movilizaron tanto la industria como el Consejo Nacional de Investigación (CNR). Si bien la mayoría de las metas no se alcanzaron –posiblemente eran excesivamente optimistas–, hubo logros sugestivos. A manera de ejemplo, el aprovechamiento de los yacimientos de carbón nacional con nuevas técnicas y un uso más racional de la mano de obra elevó la producción de 340.000 toneladas en 1934 a 2,5 millones de toneladas en 1942. La producción de gas metano pasó de 13 millones de m3 en 1936 a 53 millones de m3 en 1942; en 1941 funcionaban 1016 buses del transporte público y 3000 automóviles privados con gas, y el consumo de gas metano en el transporte alcanzó la cifra de un 1 millón de m3 por mes, equivalentes a 15.000 toneladas de gasolina al año. La capacidad de refinación de petróleo crudo se incrementó de 290.000 toneladas en 1937 a 520.000 toneladas en 1939, siendo un alto porcentaje de gasolinas de alto octanaje para aviación, reduciendo así la importación de derivados del petróleo. Igualmente, se procedió a implementar un conjunto de programas productivos para obtener "gasolina sintética" a partir de carbón y esquistos. Por otra parte, se recurrió a fuentes alternas de energía como el etanol, del cual se producían 700 millones de litros anuales, que mezclado con gasolina permitía la obtención de combustible para automotores. La producción de energía hidráulica se duplicó entre 1930 y 1941, de 10.310 GWh a 19.270 GWh. En el campo de materiales estratégicos y metales, se expandió la producción de casi todos los rubros: el hierro duplicó su producción de 484.000 toneladas en 1934 a 990.000 en 1938; la extracción de bauxita se elevó de 160.000 toneladas en 1930 a 500.000 en 1942, y la producción de aluminio, de 7.000 toneladas en 1930 pasó a 43.000 toneladas en 1942. A lo anterior habría que añadir los programas nacionales de reciclaje de desechos, el desarrollo de fibras sintéticas, y no menos importante, la generalización de la educación alimentaria y de la economía doméstica como mecanismo para aprovechar al máximo los recursos limitados a disposición de las familias. Un panorama muy variado, cargado de diferentes barnices y elementos que forman parte del debate del mundo contemporáneo.31
Para 1939, las políticas económicas fascistas se habían desplegado completamente y pueden sintetizarse en un conjunto de líneas estratégicas bien definidas, las cuales implicaron cambios sustanciales en la gestión económica y la relación Estado-mercado. Se estableció definitivamente un Estado empresario, a través de la conformación de grandes conglomerados industriales multisectoriales como el IRI y AGIP (petróleo y petroquímica), entre otros. La arquitectura institucional derivó hacia una estructura de carácter corporativo, cuyo objetivo era coordinar orgánica y armónicamente la sociedad, de acuerdo con la categoría social de pertenencia (obreros, patrones, agricultores, artesanos, profesionales, etcétera) y los ramos de producción (química, metalmecánica, minería, construcción, textiles, madera etcétera), es decir, los factores de producción concertados bajo la sombrilla vigilante y ordenadora del Estado. Para tal fin, ya se había constituido en 1930 el Consejo Nacional de Corporaciones, presidido por el mismo Mussolini, o en su defecto, por el Ministerio de las Corporaciones. Se introdujeron la regulación y el control amplios de los precios de los medios de subsistencia de la población, con base en la estructura de costos, para lo cual se estableció la Comisión Central de precios. Las operaciones crediticias de la banca, especialmente el crédito industrial a largo plazo, quedaron bajo el absoluto control del Estado, a través del Instituto Mobiliario Italiano (IMI). Se impuso un estricto control de cambios, con el fin de administrar y disciplinar el uso de las divisas en concordancia con las necesidades de la economía en general y los sectores productivos estratégicos; a lo anterior se añadía la coordinación estatal de las exportaciones e importaciones. Para ambos fines, se constituyó el Ministerio de Intercambio y Divisas, que dependía de un modo directo de la persona de Mussolini, a la vez que se orientaba el comercio exterior cada vez más hacia un sistema regulado estatalmente de clearing, fuera de la esfera del comercio, con divisas convertibles. El Ministerio de Colonias se transformó en el Ministerio del África Italiana concentrando sus esfuerzos en la valorización de las colonias a través del gasto en infraestructura y la transferencia de población desde la metrópoli. Las medidas económicas se acompañaron de iniciativas sociales, encuadrando a la población y la clase obrera en las organizaciones de masas controladas por el Partido Nacional Fascista y sus sindicatos.
Si bien el cuadro anterior presenta un horizonte donde el sector privado pareciera no tener participación, la realidad es que, con algunas contradicciones y fricciones, el capital privado se subordinó a esta organización socioeconómica, y en ningún momento estuvieron amenazados los derechos de propiedad; por lo demás, la paz social instaurada por el fascismo, a través de un amplio consenso popular y control de la clase obrera, era un bien inestimable para la burguesía italiana. Sin embargo, las prerrogativas que derivaban de la propiedad privada quedaban subsumidas al interés nacional. El capital colaboró con el régimen en la consecución de los objetivos nacionales hasta la derrota en la Segunda Guerra Mundial, que provocó una ruptura definitiva entre el fascismo y el capitalismo italiano.
A continuación, en el cuadro 5 se muestra el panorama macroeconómico del periodo 1930-39. Lo que resalta de la información ofrecida es la masiva expansión del consumo público; este es un buen indicador del crecimiento del papel del Estado en la economía. El PIB, en promedio, apenas crece en 1,6% anualmente, lo que no es sorprendente, pues evidencia la debilidad de la economía mundial. La formación bruta de capital fijo se recupera a partir de 1935, motivada por la expansión del gasto militar durante la guerra de Etiopía, pero retrocede nuevamente en 1937/38, recuperándose en 1939 con la puesta en marcha del programa de rearmamento y obras públicas, mientras que el consumo privado apenas crece durante el periodo.
La Segunda Guerra Mundial, 1940-1943: la economía de guerra
La Segunda Guerra Mundial se inicia en septiembre de 1939 con el ataque de Alemania a Polonia. Italia, que había firmado un acuerdo político-militar con Alemania el 22 de mayo de 1939, el denominado Pacto de Acero, decide mantenerse al margen y se declara en "neutralidad beligerante". Pero la realidad es que en 1939 se había iniciado un programa de modernización de las Fuerzas Armadas, con fecha de culminación en 1943, especialmente en el Ejército de tierra, que necesitaba una renovación integral del parque de artillería y los medios acorazados. Vale la pena resaltar que Italia se había mantenido incesantemente en guerra desde 1935, primero con la campaña de Etiopía, las operaciones de contrainsurgencia en ese mismo país, y luego, con el envío de un cuerpo expedicionario de 100.000 hombres e ingentes cantidades de armas y municiones, en apoyo a la España franquista. Para 1939, los inventarios de armas y municiones se encontraban en niveles críticos. En consecuencia, el régimen italiano decidió esperar el desarrollo de los acontecimientos y examinar las opciones disponibles. Sin embargo, las rápidas victorias alemanas, basadas en una nueva táctica de guerra, la Blitzkrieg, o guerra relámpago, sobre Polonia, Noruega, Bélgica y Francia convencieron a Mussolini de que la guerra sería de breve duración y era imprescindible sentarse en las mesa de paz para obtener ganancias territoriales. El 10 de junio de 1940, Italia declaró la guerra a Francia e Inglaterra e inició operaciones militares en el Frente Occidental (los Alpes) contra Francia. De esta manera comienza lo que el historiador militar italiano Giorgio Rochat denominó acertadamente una estrategia de guerra paralela, al lado de Alemania pero autónoma de la alianza y con objetivos propios.
Para entender el desempeño de la economía italiana en la Segunda Guerra Mundial hay que abordar las condiciones estratégico-militares que enfrentó la península; en este sentido, es ineludible efectuar un breve parangón con la guerra anterior. Durante la Primera Guerra Mundial, Italia combatió en los Alpes orientales contra el Imperio austro-húngaro; para el Reino, aquella fue una guerra intensiva en el uso de fuerza de trabajo (infantería y tropas especializadas en combate de montaña). Por otra parte, la nación italiana logró concentrar todos sus esfuerzos productivos y la movilización general de la población en edad de empuñar las armas en un solo frente militar, que se extendía unos 400 km, con la retaguardia logística bajo completo control en la península y en el mar Mediterráneo. Por último, pudo agenciar préstamos y suficientes materias primas, proporcionados por los Aliados, que le permitieron utilizar al máximo la capacidad instalada de producción de la industria.
La Segunda Guerra Mundial supuso, en cambio, un escenario geoestratégico contrapuesto al experimentado en la Primera Guerra. Las Fuerzas Armadas se esparcieron en múltiples frentes de combate en los Balcanes, Norte de África, Unión Soviética, África Oriental, y fue necesario mantener una reserva central apuntando hacia la Francia de Vichy. La guerra, para Italia, estuvo determinada por su carácter aéreo-naval, cristalizado en el encarnizado enfrentamiento entre las flotas británica e italiana por el control de las líneas logísticas que cruzaban el Mediterráneo central hacia el norte de África. Este último frente de guerra fue sin duda el principal para la península, siendo completamente inútil el empleo de masas de infantería en dicho terreno. La topografía del desierto libio y egipcio se prestaba casi exclusivamente para el empleo de fuerzas mecanizadas. La guerra resultó ser intensiva en el uso de capital, y la estructura económica italiana era incapaz de producir masivamente armas apropiadas para este estilo de guerra altamente denso32 en el uso de máquinas; esto se debía a la estrechez en la disponibilidad de materias primas y las deficiencias tecnológicas del aparato industrial.
En el plano económico, la alianza con Alemania fue un fiasco, pues el Reich alemán no podía proveer de vituallas y materias primas en cantidades suficientes para aprovechar la capacidad industrial italiana; paradójicamente, Italia tenía billones de liras en créditos pendientes de pago por parte de Alemania en 1943, cuando se firmó el armisticio con los angloamericanos. Es decir, Italia estaba financiando el esfuerzo militar alemán. Es un hecho examinado abundantemente en la literatura especializada que la política de ocupación depredadora de la Alemania nazi en Europa fue unos de los dispositivos que le permitió extender la guerra y prolongar su fin (Aly, 2008). En suma, la perspectiva que la guerra sería breve, que concluiría en negociaciones y el deseo de no incomodar a los italianos con demasiados sacrificios, lo que permitió un relajamiento en el esfuerzo militar e industrial. Únicamente después de la derrota de la batalla de El Alamein, en diciembre de 1942, en el Norte de África, y la debacle alemana en Stalingrado, el régimen fascista resolvió, ante la eventualidad que la guerra sería larga y cruda, reorganizar la dirección de la producción militar creando en febrero de 1943 el Ministero per la produzione bellica (Ministerio para la Producción Bélica), que tenía como funciones centralizar, tutelar, controlar y coordinar la producción, dándole amplios poderes sobre la asignación de recursos en la economía nacional, a favor del parque industrial bélico. Así mismo, se abordó con mayor ímpetu el llamado a las armas, movilizando la población en edad de ingresar a las Fuerzas Armadas. Todas las medidas implementadas fueron tardías e insuficientes para cambiar el curso de los acontecimientos, y con la pérdida del Norte de África y la invasión de Sicilia en 1943, el régimen colapsó.
Así que se puede afirmar que el desempeño de la economía de guerra estuvo determinado por un conjunto de carencias técnico-materiales en el ámbito económico y una dirección político-estratégica errada. El régimen no logró movilizar la capacidad de producción instalada en sectores donde había importantes economías de escala y una larga tradición de innovación, como la industria automotriz y aeronáutica. Minniti33 designa este esquema estratégico-económico guerra in preparazione (guerra en preparación), para contraponerlo al de guerra combatutta (guerra en combate), con lo cual explica lúcidamente las deficiencias de la economía de guerra. Según Minnitti, el modelo de desarrollo italiano conservó rigurosamente tres objetivos esenciales, definidos antes de la entrada en la guerra en junio de 1940: primero, la reorganización y reequipamiento de las Fuerzas Armadas; en segundo lugar, la expansión de la base industrial, que proporcionaría a mediano plazo los equipos para modernizar las Fuerzas Militares, y, finalmente, la continuidad en la inversión en infraestructura para el sector civil (puertos, aeropuertos, autopistas, viviendas populares, etcétera). Este modelo se mantuvo intacto hasta finales de 1942, cuando la presión de Alemania y las derrotas del Eje obligaron a Mussolini a dar un golpe de timón y abandonar dicho programa en el primer semestre de 1943 por el de guerra en combate, que comportaba reorientar el gasto para intensificar la producción bélica en el corto plazo, incluso al costo de una contracción del consumo civil. De hecho, en el transcurso de la guerra se fomentaron enormes inversiones en nuevas plantas industriales, como la acería de Cornegliano, para incrementar a futuro la capacidad de producción. Estas inversiones comprometieron el suministro de materias primas y semielaborados, para alimentar las fábricas activas en la producción de materiales bélicos.
[...] certain non-strategic industries were virtually unaffected by the war: private expenditure on furniture for example was 5.837,000,000 lire (1939 values) in 1939 and had dropped only slightly to 5,282.000,000 lire in 1942. It is illuminating to compare national economic investment in the First World War with that in the Second World War. Statistics for the ratio between consumption and investment show that mobilization of national resources 1939-45 was trifling compared to 1915-1918. (Saxon (2004) p. 545)
El autor anglosajón no examina la causa política de dicha decisión, que fue conscientemente adoptada por el propio Mussolini, quien estaba persuadido de que la guerra sería de corta duración y el país debía prepararse para la posguerra; Minniti define la estrategia político-militar mussoliniana con la acotación "la guerra sería tan rápida en el tiempo como móvil en el terreno". En Alemania, la situación fue relativamente análoga y hubo que esperar hasta 1944 para que el régimen se decidiera por la movilización total de la economía. De hecho, entre 1940-1942, a pesar de que la base industrial alemana era dieciséis veces mayor que la italiana, la producción italiana de tanques fue 21% (1940-1942) de la alemana, y la de aviones (1940-41) alcanzo el 23%, cifras no insignificantes.
Vistas las premisas anteriores, se pueden ofrecer algunas estadísticas del esfuerzo bélico italiano, limitándonos a la movilización del Ejército, gasto fiscal, y el cuadro macroeconómico para el periodo 1940-45.
Si bien es difícil documentar, por la pérdida de diversos archivos, el número preciso de oficiales, suboficiales y tropas movilizados a lo largo del conflicto (el cuadro 6 es solamente indicativo), se puede estimar la movilización en 4,5 millones de hombres, cifra inferior a los 5 millones movilizados en la Primera Guerra Mundial. Del total de los llamados a las armas, entre 1940 y 1943 murieron 200.000, fueron heridos gravemente o mutilados otros 200.000, y alrededor de 600.000 cayeron prisioneros. El total de muertes durante la Segunda Guerra Mundial fue aproximadamente de 500.000 (incluidas 40.000 muertes por heridas, ya finalizado el conflicto), de las cuales unos 170.000 civiles por causas diversas (bombardeos, represiones, deportaciones y partisanos antifascistas). Las pérdidas materiales se pueden evaluar en un máximo de 12-15% del acervo de capital e inventarios, concentradas en la marina mercante (80%), la red de ferrocarriles (25%) y el conjunto de vehículos (50%) (Harrison, 1998). La producción de materiales de guerra no fue suficiente para armar adecuadamente las Fuerzas Armadas.
Con referencia al empleo de recursos para financiar la guerra, se puede citar a Vera Zamagni, quien resume apropiadamente el problema de la siguiente manera:
A comparison with other combatants makes it clear beyond doubt that in Italy military spending was far lower than elsewhere in proportion to overall resources, even at peak in 1941. The same comparison also yields the conclusion that the Italian war effort was limited in 1941-43 not so much by failure to squeeze private consumption, as by a high level of public spending not devoted to war, combined with a relatively high investment share [...] (Zamagni, 1998, p. 207)
El argumento de Zamagni confirma plenamente las consideraciones ya mencionadas de Minnitti de guerra en preparación. En el cuadro 7 puede observarse cómo el Estado italiano incrementó el gasto público de 35% a 41% del PIB entre 1941 y 1943, un aumento de 6 puntos, pero el gasto militar se mantuvo en alrededor de 22% del PIB. En el plano macroeconómico, durante la Segunda Guerra Mundial, la economía italiana colapsó, al punto que el PIB se contrajo, tomando como año base el índice de 1940, en 43 puntos, pasando el producto de 161 mil millones a 92 mil millones de euros de 2005. La contracción del producto per cápita fue de 3656 a 2029 euros, a precios de 2005. Ambas cifras son elocuentes a la hora de demostrar el fracaso de la economía de guerra.
Conclusiones
El comportamiento de la economía italiana durante el fascismo se puede tratar de explicar a través del desempeño del Producto y del ingreso per cápita, ambos indicadores determinados obviamente por las dos grandes coyunturas que marcaron la historia de dicho periodo: la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. El crecimiento anual del producto, en promedio, entre 1922 y 1939 fue del 2,65%, y el ingreso por habitante, del 1,80%. Durante la Segunda Guerra Mundial, el crecimiento anual se desplomó, en -8,93%, y el producto per cápita, en -9,54%. Pero si se analiza con mayor rigor la economía italiana, durante la guerra el descenso fue notoriamente dramático entre 1943-1945, cuando la economía decreció -14,94, y el ingreso real por habitante cayó en -15,22%. El país, en ese lapso, es dividido en dos jirones. En el norte de Italia se fundó la República Social Italiana, conducida por Mussolini, quien continuó combatiendo al lado del aliado alemán. Mientras que el sur de Italia fue ocupado por los ejércitos angloamericanos y el gobierno local, más aparente que real, dirigido por la Casa Real Saboya y una coalición de partidos políticos (Reino del Sur), la península se convirtió en campo de batalla de ejércitos extranjeros y la guerra civil que detonó en el norte, entre las fuerzas fascistas y las antifascistas. La economía del norte de Italia, cuyo ingreso per cápita era similar al de Francia y concentraba el 80% del parque industrial nacional, fue subordinada al esfuerzo bélico alemán, y saqueada gran parte de sus activos.34 Mientras, el sur de Italia languidecía en la más absoluta miseria: la economía formal se desintegró, suplantada por el mercado negro, el contrabando, la prostitución y algún auxilio de Estados Unidos, es decir, el crimen y la ilegalidad se convirtieron en los medios de subsistencia principales para la mayoría de los habitantes de Italia meridional.35 El caso de Sicilia es revelador por el rápido renacimiento de la economía mafiosa, con el retorno al poder de los grupos criminales y su clientela, de la mano del gobierno de Estados Unidos y sus servicios secretos (Costanzo, (2006)).
El fascismo no se desmoronó por una fractura en las élites y/o la pérdida de consenso en las mayorías nacionales, mucho menos por una crisis económica, como aconteció, por ejemplo, con el sistema político totalitario de la Unión Soviética. Su descalabro tuvo como principal elemento la derrota en una guerra externa. Una aventura militar que pudo sortearse; gran parte del alto mando militar y algunos influyentes integrantes del Gran Consejo Fascista, como el conde Galeazzo Ciano, yerno de Mussolini y ministro de Relaciones Exteriores, intentaron convencer a Mussolini de que a Italia le convenía mantenerse neutral; el dictador italiano dudó con respecto a participar en el conflicto, arguyendo la posibilidad de aprovecharse del posconflicto, con unas potencias europeas debilitadas militar y económicamente. La lógica mussoliniana preveía que era cuestión de tiempo para que reventara una nueva guerra en Europa; para él, la paz era una condición precaria y transitoria en la historia de la humanidad. Mussolini manejaba la hipótesis de que el conflicto en Europa se iniciaría a finales de los años cuarenta o principios de los cincuenta. Y, de hecho, la planificación económico-militar italiana procedía con base en tiempos largos, ajustados al juicio del Duce.
Por otra parte, el ataque alemán contra Polonia se había perpetrado sin informar el aliado italiano, incumpliendo de esta manera los acuerdos del Pacto de Acero, lo cual hubiera podido usarse para denunciar la alianza. Pero las inesperadas victorias alemanas, especialmente contra Francia, convencieron a Mussolini de que la guerra era un buen negocio, por su brevedad, y además, el conflicto concluiría en un acuerdo negociado, pues Inglaterra quedaría aislada al perder su socio continental francés. En consecuencia, la caída del fascismo se debió a una apreciación errónea de los acontecimientos por parte de Mussolini y de la élite fascista, e incluso de la sociedad italiana. Los sondeos de opinión pública que regularmente realizaba el régimen, a través del cuerpo de carabineros, revelaban el deseo de los italianos de entrar en guerra para aprovechar la coyuntura.36 Evaluar el fascismo exclusivamente por la derrota en el conflicto mundial y la alianza con Alemania es desacertado e imposibilita efectuar un balance imparcial sobre el legado del fascismo en los planos económico y social.
En 1939, el fascismo disfrutaba de buena salud económica y de un caudaloso consenso popular. El ordenamiento económico autárquico-corporativo37 avanzaba dando rendimientos interesantes en todas las áreas económicas, así como en la valorización del imperio. En África Oriental italiana se habían construido en cuatro años 5000 km de carreteras pavimentadas, nuevos puertos, hospitales, escuelas, y estaba en marcha la reconstrucción de su capital, Adís Abeba. Entre las muchas obras realizadas en Italia se pueden citar la construcción de 436 km de autopistas38 (autostrade) que antecedieron las autobahns alemanas; la electrificación de 5160 km de los 22.800 km de ferrocarriles y el diseño y producción de bienes de alta tecnología para la época, como locomotoras que alcanzaban velocidades de 200 a 300 km por hora. Fueron miles las obras públicas ejecutadas, que impulsaron una rápida modernización de la infraestructura de la península. En efecto, mucho más importante que la evolución del PIB fue el cambio estructural de la economía. En 1938, la industria superaba los cuatro millones de empleados y operarios, un millón más que en 1928. De igual forma, en 1938 la industria sobrepasó a la agricultura, con una participación de 34,2% frente a 29,4% de la agricultura en el Producto. El crecimiento del empleo industrial se concentró en sectores altamente modernos e intensivos en el desarrollo tecnológico: la industria química, metalmecánica, electromecánica, siderurgia, aeronáutica y máquinas y herramientas generaban el 40% del valor agregado industrial.39 Cuando estalló la guerra, el IRI era el eje de la industria moderna; en asociación con el capital privado, elaboraba con gran pericia técnica planes a mediano y largo plazos para el desarrollo de la industrias aeronáutica, fibras artificiales, automotriz y naval. Durante el periodo, asimismo, se cuadruplicó la producción de energía y se triplicó la capacidad instalada. Es evidente que Italia se había transformado en una potencia industrial. No menos importante, el régimen fascista estableció un Estado social, entre los más avanzados para la época, predecesor del Estado de Bienestar de la posguerra, con una cobertura significativa de la población en aspectos tales como salud, educación, pensiones, e incluso deporte y entretenimiento de masas (Bontempo, 2010). De esta manera, mejoró, aunque lentamente, el estándar de vida de los sectores más vulnerables, cuyas condiciones de existencia eran dramáticas, máxime en la población rural.
El fascismo exhibe un balance complejo, con una clara inclinación hacia lo fosco, como resultado de su alianza con el nazismo, la aprobación de las leyes raciales en 1938, la intervención en la Segunda Guerra Mundial y la represión brutal de las poblaciones de Libia, Etiopía, Yugoeslavia, Grecia, y la propia Italia. No obstante, en el campo económico y social, el arreglo institucional que instauró el fascismo sobrevivió tras su caída, in primis el IRI y AGIP; esta última sirvió para la creación del ENI (Ente Nazionale Idrocarburi) fundado por Enrico Mattei en 1953. Muchos de los entes públicos constituidos durante el fascismo perduraron y fueron instrumentos indispensables de la política económica para agenciar el milagro económico italiano de los años sesenta del siglo pasado, que promovieron la economía italiana hasta llegar a ser una de las diez mayores del mundo. El ordenamiento económico del fascismo, nucleado alrededor del control estatal de las industrias estratégicas y una economía con un fuerte perfil mixto, fue esencial para el posterior despegue del crecimiento y desarrollo del periodo inmediato a la segunda posguerra.40
Notas al pie
1 Para un análisis de los fascismos como proyecto político o modo de acción, ver: Nolte (1974).
2 La organización corporativa italiana, antecedentes y evolución; ver: Gagliardi (2010).
3 Para un estudio del argumento, ver las reflexiones de Mosse (2005) sobre el ascenso del nacionalismo, la democracia de masas, el culto al pueblo y el uso de elementos religiosos en el campo de la política en Alemania.
4 La interpretación más sólida sobre el fascismo sigue siendo la de Renzo De Felice y el heredero de su trabajo intelectual, Emilio Gentile. Fundamentalmente, la biografía de Benito Mussolini de De Felice, en ocho volúmenes.
5 Para una discusión amplia e interesante sobre los orígenes ideológicos y culturales del fascismo, donde se argumenta la coherencia de sus postulados, ver: Sternhell (1994).
6 Sobre las influencias intelectuales, ver: Gregor (2005).
7 Para un elaborado y convincente análisis del fascismo como régimen desarrollista y sus puntos de convergencia y divergencia con el bolchevismo, ver: Gregor (1979).
8 Ver: Reactionary Modernism (Herf, 1984).
9 Usamos el título del libro de Alberto De Bernardi, quien describe el fascismo como una dictadura moderna, la primera de su género en el mundo occidental, que moviliza y politiza las masas y cuyo objetivo es crear un nuevo hombre; ver: De Bernardi (2006).
10 Nitti Saverio Francesco (1869-1953) fue un prestigioso político y profesor de Economía de la Universidad de Nápoles. Ejerció los cargos de ministro de Agricultura, Comercio e Industrias entre 1911 y 1914, ministro del Tesoro entre 1917-19 y presidente del Consejo de Ministros del Reino de Italia desde 1919 hasta 1920. Nitti fue un prolífico e importante meridionalista que estudió los problemas del desarrollo del sur de Italia.
11 Por era giolittiana (1901-1914) se conoce el periodo de la primera modernización de Italia, con el despegue de la industrialización y el crecimiento económico moderno, durante el cual fue primer ministro Giovanni Giolitti. Ver Felice (2015).
12 Georg Friedrich List (1789-1846) fue un destacado economista alemán del siglo XIX que elaboró una obra extensa, siendo la más conocida en lengua española El sistema nacional de economía política.
13 Para un examen de la Primera Guerra Mundial, con particular atención al caso italiano, ver Ferrari y Alessandro (2015). En cambio, para un examen global de la Primera Guerra, ver Broadberry y Harrison (2005).
14 Para una extensa discusión sobre los cambios originados por la Primera Guerra Mundial en la economía europea, ver Saccone (2014).
15 Confederación General de la Industria Italiana.
16 Para el examen del periodo precrisis mundial, nos apoyamos en las tesis de Castronovo (2013).
17 Para un amplio panorama de la política demográfica, ver: Ipsen (1996).
18 Citado en pag 270. por : Gregor (1979).
19 Serpieri (2013), Bonifica, en Enciclopedia Treccani, http://www.treccani.it/enciclopedia/bonifica_res-3df2c6a5-8b74-11dc-8e9d-0016357eee51_%28Enciclopedia-Italiana%29/. Así mismo, para cifras sobre obras públicas en Italia durante la década de los años veinte, puede consultarse: Opere del Fascismo, http://www.ilduce.net/operedelfascismo.htm
20 Para la recuperación de la economía nazi y los programas de obras públicas, ver: Silverman (1998).
21 Para una comparación de las políticas económicas del fascismo italiano, nazismo y el New Deal de Roosevelt, ver: Schivelbusch (2008).
22 Para la evolución de la economía entre la Primera y Segunda Guerras Mundiales, ver: Temin y Toniolo (2008).
23 Cecini (2011).
24 Para un examen de la geopolítica italiana, ver: Sinibaldi (2010).
25 Para una discusión sobre las relaciones capitalismo italiano-fascismo, ver: Felice (2015).
26 Ver la importante obra, en seis volúmenes, Storia dell' IRI, particularmente el volumen I: Castronovo (2012).
27 Para una discusión detallada de los planes autárquicos, ver: Petri (2002).
28 Ver: Castronovo (2012).
29 En 1939, los territorios controlados por Italia eran: territorio metropolitano, 309.010 km2; Libia, 1.870.800 km2; África Oriental Italiana, 1.749.600 km2; Albania, 28.750 km2; Islas del Egeo, 2690 km2; Concesión italiana de Tientsin, 0,5 km2. La población de nativos era ascendía a 14 millones, y la de italianos, a 350 mil.
30 Para los argumentos usados, nos basamos en las apreciaciones de Castronovo (2013). Por lo que respecta al uso del término de países proletarios, muy usado en el discurso fascista, se nota una internacionalización de la dialéctica marxista de la lucha de clases llevada al campo de la competencia entre naciones.
31 Para un magistral análisis sobre la autarquía y su actualidad en aspectos tales como el reciclaje, la energía renovable y el ahorro en consumo de materiales por unidad de producción, ver: Ruzzenenti (2011).
32 Por densidad entendemos la relación hombres/máquinas (ametralladoras, tanques, aviones, artillería, etcétera).
33 Para la discusión de la tesis de Fortunato Minniti es fundamental la lectura de la obra bibliográfica de Renzo de Felice sobre Mussolini, donde hay una amplio examen de los trabajos de Minniti: De Felice (2008).
34 Las 173 toneladas de oro almacenadas en las bóvedas del Banco Central de Italia fueron transferidas bajo control de las autoridades alemanas; un tercio se recuperó después del fin de la guerra.
35 Ver: La Pelle de Curzio Malaparte, novela que describe magistralmente la cruda realidad de la miseria y la criminalidad en la ciudad de Nápoles durante la ocupación aliada.
36 Para un examen de la popularidad del Régimen y de la persona de Mussolini, ver el reciente y excelente trabajo de Avagliano y Palmieri, quienes efectúan un análisis de miles de cartas de tropas y oficiales enviadas a sus familias en Italia. Avagliano y Palmieri (2014).
37 Para una historia no convencional de la economía italiana, ver: Grandi y Alquanti (2011).
38 Datos sobre el desarrollo de autopistas en: http://cronologia.leonardo.it/storia/a1950c.htm
39 También fue fundamental la formación de una considerable mano de obra altamente calificada para el manejo de dichas industrias.
40 Para el papel que va a cumplir el IRI en la reconstrucción y el milagro económico italiano, ver: Ciocca (2015).
Anexos
Referencias
Aly, G. (2008). Hitler' s beneficiaries: Plunder, racial war, and the nazi welfare state. New York: Holt paperbacks.
Avagliano, M. y Palmieri, M. (2014). Vincere e Vinceremo. Gli Italiani al Fronte, 1940-1943. Bolonia: Il Mulino Editore.
Baffigi, A. (2011). Italian National Accounts, 1861-2011 Number 18 - Paper presented at the Conference: Italy and the World Economy, 1861-2011. Roma. Banca d' Italia. En https://www.bancaditalia.it/pubblicazioni/quadernistoria/2010018/index.html?com.dotmarketing.htmlpage.language=1
Bontempo, G. M. (2010). Lo Stato Sociale Sociale nel Ventennio. Roma: Libri Il Borghese.
Broadberry, S. y Harrison, M. (2005). The economics of world war I. Cambridge: Cambridge University Press.
Castronovo, V. (2013). Storia economica d' Italia. Dall' Ottocento ai giorni nostri. Turín: Einaudi Editore.
Castronovo, V. (ed.). (2012). Storia dell' IRI. 1. Dalle origini al dopoguerra: 1933-1948. Bari: Editori Laterza Bari.
Cecini, S. (2011). Il finanziamento dei lavori pubblici in Italia. Un confronto tra età liberale ed epoca fascista. Rivista di storia economica, 27 (3): 325-364.
Celli, C. (2013). Economic fascism: Primary sources on Mussolini' s Crony capitalism. Edinburg: Axios Press.
Ciocca, P. (2015). Storia dell' IRI. Vol. 6: L' IRI nell' economia italiana. Bari: Laterza Editore.
Costanzo, E. ( 2006). Mafia & Alleati Servizi segreti americani e sbarco in Sicilia. Da Lucky Luciano ai sindaci "uomini d' onore". Sicilia: Le Nuove Muse Editrice.
De Bernardi, A. (2006). Una dittatura moderna. Il fascismo come problema storico. Milán: Bruno Mondadori Editore.
De Felice, R. (2008). L' Italia in guerra (1940-1943). Dalla guerra "breve" alla guerra lunga, vol. 1. Turín: Einaudi Editore.
Felice, E. (2015). Ascesa e declino. Storia economica d' Italia. Bolonia: Il Mulino Editore.
Ferrari, P. y Alessandro, M. (2015). La guerra moderna. 1914-1918. Con documenti inediti. Milán: Franco Angeli Editore.
Gagliardi, A. (2010). Il Corporativismo Fascista. Bari: Editoriale Laterza.
Grandi, A. y Alquanti, T. (2011). Eroi e Cialtroni 150 di Controstoria. Turín: Politeia Editore.
Gregor, A. J. (1979). Italian fascism and developmental dictatorship. Nueva Jersey: Princeton University Press.
Gregor, A. J. (2005). Mussolini' s Intellectuals. Nueva Jersey: Princeton University Press.
Harrison, M. (ed.). (1998). The economics of world war II. Six great powers in international comparison. Cambridge: Cambridge University Press.
Herf, J. (1984). Reactionary Modernism: Technology, culture, and politics in Weimar and the third reich. Cambridge: Cambridge University Press.
Ipsen, C. (1996). Dictating demography. The problem of population in fascist Italy. Cambridge: Cambridge University Press.
Le Strade in Italia. En http://cronologia.leonardo.it/storia/a1950c.htm
McEvedy C. (1982). The Penguin Atlas of Recent History. London : Penguin
MacGregor, K. (1986). Mussolini unleashed, 1939-1941 politics and strategy in fascist Italy' s last war. Cambridge: Cambridge University Press.
Malaparte, C. (2010). La Pelle. Milán: Adelphi editore.
Mosse, L. G. (2005). La nacionalización de las masas. Madrid: Marcial Pons.
Nolte, E. (1974). I Tre Volti del Fascismo. Milán: Oscar Mondadori Editore.
Opere del Fascismo. En http://www.ilduce.net/operedelfascismo.htm
Perri, F. y Quadrini, V. (2000). Understanding the Great Depression: What can we learn from the Italian experience. Nueva York: New York University and CEPR.
Petri, R. (2002). Storia economica d' Italia. Bolonia: Editore Il Mulino.
Pinto, C. A. (1986). Fascist ideology revisted: Zeev Sternhell and his critics. European Quaterly, 16: 465-483.
Rochat, G. (2008). Le guerre italiane 1935-1943 Dall' impero d' Etiopia alla disfatta. Turín: Einaudi Editore.
Ruzzenenti, M. (2011). L' autarchia verde. Perugia: Jacabooks.
Saccone, C. L. (2014). Il Capitale-Piano, da Rathenau a Lenin. Roma: Associazione culturale Centro Essad Bey
Saxon, T. (2004). Hidden Treasure: The Italian war economy' s contribution to the German war effort (1943-1945). Faculty Publications and Presentations. Paper 2.
Schivelbusch, W. (2008). The New Deal. Parallelismi fra gli Stati Uniti di Roosevelt, l' Italia di Mussolini e la Germania di Hitler. 1933-1939 Milán: Marco Tropea Editore.
Serpieri, A. (2013). Bonifica. En Enciclopedia Treccani, http://www.treccani.it/enciclopedia/bonifica_res-3df2c6a5-8b74-11dc-8e9d-0016357eee51_%28Enciclopedia-Italiana%29/
Silverman, D. P. (1998). Hitler' s economy: Nazi work creation programs, 1933-1936. Boston: Harvard University Press
Sinibaldi, G. (2010). La geopolitica in Italia (1939-1942). Padova: Libreriauniversitaria.it
Sternhell, Z. (1994). The Birth of fascist ideology: From cultural rebellion to political revolution. Nueva Jersey: Princeton University Press.
Temin, P. y Toniolo, G. (2008). The world economy between the wars. USA: Oxford University Press.
Zamagni, V. (1998). Italy: How to lose the war and win the peace. En M. Harrison (ed.), The economics of world war II. Six great powers in international comparison (pp. 177-223). Cambridge: Cambridge University Press.