Editorial
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Salomón Kalmanovitz a
a Editor, Profesor emérito Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano. Correo electrónico: tiempoyeconomia@utadeo.edu.co
El fundador de la historia social en Colombia, Jaime Jaramillo Uribe, murió el pasado 2 de noviembre causando una gran consternación entre sus estudiantes, seguidores y lectores. Jaramillo regresó al país en los años cincuenta, después de haber estudiado Filosofía e Historia en Alemania y Francia, encontrándose con un panorama desolador de gran pobreza intelectual y una historiografía moderna que se reducía a los trabajos de Eduardo Nieto Arteta y de Luis Ospina Vásquez. A diferencia de ellos, Jaramillo formó escuela, y a él se debe en forma desproporcionada la modernización de la historia como disciplina que investiga la sociedad, la economía y la cultura. Fundador de la carrera de Historia en la Universidad Nacional y después en la Universidad de los Andes, iniciador del Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, la obra de Jaramillo desafía el paso del tiempo. Germán Colmenares, Jorge Orlando Melo, Margarita González, Bernardo Tovar, Hermes Tovar, entre otros, fueron sus estudiantes y a su vez formaron cientos de profesionales en Historia, que al día de hoy presentan un cuadro diverso en que se ha desgranado la profesión y que investigan en todas las universidades del país. Los trabajos de Jaramillo sobre historia económica y social, en particular sobre historia colonial y la esclavitud, su historia del pensamiento colombiano o del carácter de la sociedad mantienen su pertinencia y se leen al día de hoy con placer porque también escribía con rigor y con estilo.
En este tercer número de tiempo&economía damos a conocer un ensayo de Joshua Rosenthal sobre las finanzas de Boyacá, uno de los estados soberanos más pobres de la Colombia federal, en el que hace interesantes aportes sobre la tributación –en especial, el relativo éxito del impuesto directo– y analiza las relaciones entre los políticos locales y el círculo que controlaba el Gobierno federal. Es notoria la aspiración que tenían los políticos boyacenses de industrializar su terruño, algo que chocaría con las serias limitaciones en materia de infraestructura y de personal capacitado para administrar una ferrería como la que se intentó montar en Samacá.
Presentamos también el trabajo de Myriam Felperí n y Mercedes Muro, quienes analizan las instituciones que rodearon el desarrollo de largo plazo de la agricultura uruguaya. Las autoras establecen la actividad agrícola como parte de una cadena que incluye el transporte, almacenamiento, procesamiento industrial y comercialización, y dan cuenta de los costos de transacción que emergen en los diferentes eslabones de la cadena.
Un tema poco conocido en los medios académicos latinoamericanos es el de la política económica del fascismo italiano, tema que Giusseppe De Corso discute de manera espaciada, analizando las fases de menor o mayor intervencionismo que fue desarrollando el gobierno de Mussolini desde 1922. Mussolini fue líder y precursor de los regímenes corporativos perdedores en la Primera Guerra Mundial, que lograron la movilización total de la sociedad para fortalecerse económicamente, armarse e irse de nuevo a la guerra.
Javier Mejía hace un juicioso recuento de la evolución de la criometría durante los últimos 65 años y señala que la combinación de teoría neoclásica y econometría dio vida a la primera visión de historia cuantitativa. Se ha venido desarrollando un enfoque más pluralista que utiliza teorías diversas, como la nueva economía institucional y la economía política, apoyadas en la teoría de juegos, con las que se ha creado una visión dinámica de la historia económica que Mejía caracteriza como cliodinámica.
Finalmente, presentamos un intercambio de opiniones de Leopoldo Fergusson y Salomón Kalmanovitz sobre el gran debate que suscitó la publicación de varios artículos de James Robinson, en torno a las capacidades del Estado colombiano de hacer reformas progresistas, una vez se firmen los acuerdo de paz con la organización insurgente de las FARC. Robinson insistió en que lo mejor que podía hacer el Gobierno era profundizar la educación, una tarea que mal que bien podía cumplir, mientras que su capacidad para hacer expropiaciones de la gran propiedad territorial o de poner a tributar a los ricos era prácticamente inexistente.